Mapear para transformar: por qué la trazabilidad es el nuevo corazón de la diligencia debida
Luis Miguel Vioque Galiana. Doctor en Derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha
02/06/2025


Durante años, muchas empresas se han limitado a conocer a su proveedor inmediato. Un nombre, una firma, un código en una base de datos. Y a partir de ahí, una red de subcontratistas, talleres, intermediarios o explotaciones agrícolas que se extiende hacia lo desconocido. Esa invisibilidad fue cómoda mientras la responsabilidad empresarial se medía en declaraciones. Pero ahora, con la Directiva (UE) 2024/1760, la opacidad ya no es una opción: trazar la cadena de valor es una obligación jurídica.
Conocer a fondo esa red compleja de relaciones productivas no es una cuestión de gestión eficiente o de reputación corporativa. Es la condición mínima para cumplir con el deber de diligencia en materia de derechos humanos y sostenibilidad ambiental. Sin trazabilidad, no hay control. Y sin control, no hay responsabilidad.
Más allá del proveedor directo: una visión completa del riesgo
La Directiva introduce el concepto de cadena de actividades, un término que va mucho más allá del tradicional “cadena de suministro”. Incluye las operaciones propias, las de las filiales, los proveedores directos e indirectos, e incluso los actores involucrados en la distribución, el transporte o el almacenamiento, siempre que actúen para la empresa o en su nombre.
Este enfoque exige un cambio profundo: pasar de una gestión lineal de relaciones comerciales a una visión en red, que permita entender cómo, dónde y con quién se produce cada parte del valor que la empresa genera.
Cuando lo que no se ve sí importa
Uno de los grandes desafíos del mapeo es justamente lo que no se ve. Muchas empresas no tienen acceso directo a los datos de subcontratistas, a las condiciones laborales en el campo o a los impactos ambientales de quienes procesan materias primas en otra región del mundo.
A esto se suma la resistencia a compartir información por parte de ciertos socios comerciales, la fragmentación de los sistemas internos de datos, o la brecha de capacidades entre grandes empresas matrices y pequeños proveedores locales.
Pero el nuevo marco legal no permite excusas: si hay un impacto negativo en la cadena de actividades, la empresa debe haber hecho todo lo razonablemente posible por identificarlo y prevenirlo.
El reto técnico... y cultural
Mapear la cadena de valor no es simplemente trazar una lista. Es una tarea que requiere metodología, tecnología y voluntad estratégica. Herramientas como cuestionarios ESG estandarizados, auditorías, plataformas colaborativas como Sedex o EcoVadis, tecnologías blockchain o sistemas de análisis geoespacial pueden ayudar. Pero ninguna de estas herramientas será eficaz si no existe un cambio en la mentalidad empresarial.
No se trata solo de saber quién es quién. Se trata de preguntarse qué prácticas están detrás de cada fase del proceso productivo, qué riesgos implica cada relación y qué capacidad de influencia tiene la empresa sobre ellas.
La influencia también se gestiona
La Directiva no exige controlar a toda la cadena, pero sí actuar con la diligencia que se espera según el contexto y el nivel de influencia. Esto implica revisar los contratos, establecer incentivos para prácticas responsables, fomentar relaciones a largo plazo y establecer cláusulas de trazabilidad y acceso a información en todos los niveles relevantes.
No se trata de asumir una omnisciencia imposible, sino de demostrar que la empresa ha actuado con transparencia, coherencia y proporcionalidad.
¿Por dónde empezar?
Para muchas organizaciones, especialmente medianas, la tarea puede parecer abrumadora. Pero hay pasos concretos que permiten avanzar de forma ordenada:
Elaborar un inventario de operaciones propias y filiales, para tener una visión clara del núcleo empresarial.
Identificar a los socios comerciales clave y las zonas geográficas o sectores de mayor riesgo.
Construir un mapa de riesgos dinámico, no estático, que se revise periódicamente.
Establecer procesos internos de recolección, análisis y verificación de información, de forma transversal a todas las áreas.
Definir protocolos de respuesta ante hallazgos críticos o incumplimientos graves.
La tecnología puede ser aliada: el caso de RECAVA
En este proceso, contar con herramientas adecuadas marca la diferencia. RECAVA, el asistente de inteligencia artificial desarrollado por el Observatorio RECAVA, está diseñado para ayudar a las empresas a abordar este reto de forma práctica, ágil y adaptada a sus necesidades.
RECAVA no solo guía a las organizaciones en cómo mapear su cadena de actividades. También ofrece:
Instrucciones específicas según sector, tamaño y nivel de exposición al riesgo.
Plantillas de autoevaluación y listas de verificación adaptables.
Asesoramiento sobre cláusulas contractuales que favorecen la trazabilidad.
Ejemplos reales de mapas de riesgo por industria.
Consultas en tiempo real sobre zonas sensibles, medidas adecuadas o documentación justificativa.
Transformar una obligación compleja en un proceso accesible y estructurado es precisamente el objetivo de este recurso.
Saber con quién trabajas ya no es opcional
Hoy, la sostenibilidad empieza por ahí: por conocer. Conocer no solo al proveedor que factura, sino a quien produce, cosecha, ensambla o transporta. A quien asume riesgos invisibles para sostener la competitividad de quienes están al final de la cadena.
Mapear es hacer visible lo que antes se ignoraba. Es poner nombre y contexto a los impactos. Es, en definitiva, el primer paso para una diligencia debida real y transformadora.
Y con herramientas como RECAVA, ese conocimiento —y esa responsabilidad— ya no están fuera de alcance.
02/06/2025
02/06/2025
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