¿Está preparada tu empresa para una auditoría en sostenibilidad? El control como prueba de coherencia

Luis Miguel Vioque Galiana. Doctor en Derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha

23/06/2025

Tubería industrial vertiendo residuos en un río contaminado junto a un edificio de oficinas moderno.
Tubería industrial vertiendo residuos en un río contaminado junto a un edificio de oficinas moderno.

En el nuevo marco legal europeo, las empresas no solo deben actuar con responsabilidad. Deben poder demostrarlo. La Directiva (UE) 2024/1760, sobre diligencia debida en sostenibilidad, marca un punto de inflexión: ya no basta con tener buenas intenciones ni con declarar principios. La sostenibilidad empresarial entra en el terreno de lo exigible, lo documentable y, sobre todo, lo verificable.

En este contexto, las auditorías y controles ya no son una amenaza externa ni un trámite a última hora. Se convierten en un espejo: revelan la solidez real del compromiso asumido por la empresa y su capacidad de convertir el discurso en práctica.

Más allá del cumplimiento aparente: ¿qué significa estar preparado?

Muchas organizaciones todavía entienden la auditoría como una prueba puntual, una inspección externa que se puede preparar en unas semanas. Se activan entonces mecanismos de última hora: recogida de informes, actualización de políticas, revisión de archivos. Pero la lógica de la diligencia debida no funciona así.

La sostenibilidad no se puede improvisar. Lo que exige la Directiva es que las empresas dispongan de procesos estructurales, sistemáticos y en funcionamiento constante, no simulaciones administrativas. Una empresa preparada para una auditoría es aquella que ha hecho de la responsabilidad una parte orgánica de su operativa. Que puede mostrar no solo que tiene un mapa de riesgos, sino cómo lo construyó, con qué criterios, qué decisiones tomó a partir de él y qué revisiones ha hecho desde entonces.

Porque lo que está en juego no es solo la existencia de documentos, sino su calidad, su trazabilidad y su integración en la toma de decisiones.

Cuando llega la hora de demostrarlo

Una auditoría no es simplemente un examen. Es un diálogo —a veces tenso, pero necesario— entre lo que la empresa dice que hace y lo que realmente puede acreditar. Ahí es donde se ve si las políticas están vivas o son solo fachada; si los canales de denuncia funcionan o están archivados en la intranet; si la información fluye entre departamentos o se atasca en silos; si los responsables conocen los impactos reales o repiten frases aprendidas.

Las autoridades competentes o los verificadores independientes no se limitarán a revisar que exista un “código ético” o una “política de sostenibilidad”. Querrán saber:

  • ¿Cómo se identifican los riesgos materiales para los derechos humanos y el medioambiente?

  • ¿Qué herramientas se han aplicado para priorizarlos?

  • ¿Qué decisiones se han tomado ante cada riesgo, y qué seguimiento se ha hecho?

  • ¿Qué resultados se han obtenido, y cómo se ha evaluado su eficacia?

  • ¿Qué mecanismos existen para revisar o corregir el enfoque adoptado?

La auditoría no busca la perfección, pero sí la coherencia. Premia la transparencia sobre la simulación. Valora más un sistema imperfecto que se revisa y mejora, que una fachada impecable sin raíces reales.

De la vigilancia a la oportunidad

Las auditorías generan respeto, a veces miedo. Pero en realidad, pueden ser uno de los instrumentos más útiles para identificar fallos estructurales, visibilizar riesgos ignorados y mejorar procesos internos. Bien entendidas, son una herramienta de gobernanza, no un castigo.

De hecho, las empresas que integran la lógica de auditoría desde el diseño de sus procesos no solo están mejor preparadas para superar un control. También entienden mejor su cadena de valor, comunican con mayor claridad, y tienen más capacidad para anticipar conflictos, demandas o crisis de reputación.

Estar bien preparado no significa estar blindado. Significa poder explicar lo que se hace, por qué se hace y qué límites o aprendizajes se han obtenido en el camino.

¿Y cómo se consigue esa preparación?

Aquí es donde muchas empresas se enfrentan a una dificultad práctica: la falta de referencias claras, de recursos adaptados a su realidad y de apoyo metodológico. El camino hacia la diligencia debida puede parecer confuso, especialmente para pymes o empresas que no cuentan con grandes equipos técnicos.

Para responder a esa necesidad hemos desarrollado RECAVA, el asistente de inteligencia artificial del Observatorio RECAVA. No se trata de un simple verificador automático, sino de una herramienta que acompaña a las empresas a construir —paso a paso— un sistema de diligencia debida que resista cualquier auditoría razonable.

RECAVA ayuda a evaluar si los documentos disponibles cubren los requisitos legales, ofrece recomendaciones prácticas para fortalecer políticas y procesos, simula posibles escenarios de control, y genera listas de verificación adaptadas por sector, tamaño y nivel de exposición al riesgo. También ofrece ejemplos de cómo documentar decisiones, registrar medidas de remediación o construir indicadores proporcionales.

Porque la transparencia, en este nuevo escenario, no es solo una virtud ética. Es una capacidad operativa.

A medida que las obligaciones legales en sostenibilidad se consolidan, y que los sistemas de supervisión comienzan a desplegarse, las empresas ya no pueden permitirse dejar estos temas en manos de la improvisación. Saber responder a una auditoría —con honestidad, con criterio, con evidencia— será uno de los signos más claros de la madurez institucional.

Y esa madurez se construye, no se ensaya. Por eso, más que temer los controles, las empresas responsables los entienden como lo que realmente son: una prueba de que van en la dirección correcta.